Como cada noche después del trabajo, Walter espera el autobús #142 en la parada del transporte público que está frente a su oficina, mira su reloj a cada rato, desesperadamente. El autobús parece tardar más de lo habitual. Saca un cigarro Dunhill de un paquete que lleva en su camisa de vestir, lo enciende y se lo lleva a la boca, entonces la ve pasar. Ella va muy bien arreglada, con sus cabellos rubios al aire, sus labios rojos, del mismo color que su vestido. Es ella, piensa. Debe ser ella… pero, es imposible, ella perdió la vida hace un par de años en un terrible accidente automovilístico. No, debe ser su imaginación. Olvida que tiene prisa y se va tras ella, lleva unos tacones y camina elegantemente, ella tiene el mismo cuerpo delgado, atlético y sexy de siempre. Claro que debe ser ella… esa forma de caminar… esa distinguida fragancia con olor a lavanda.
Se oye un claxon seguido de un ¡fíjate, idiota!... Walter está
cruzando una avenida y ni se ha dado cuenta de ello. La extraña se detiene del
otro lado de la banqueta, frente a una tienda de antigüedades, mira hacia
adentro, a través de la ventana. Walter se sitúa justo detrás de ella, asomando
su rostro por encima de los delicados hombros de aquella hermosa mujer que
viste de rojo. Ella mira su silueta y las luces de los autos que circulan por
la avenida reflejadas en el cristal.
- ¿Por qué me sigues? – pregunta finalmente la mujer del vestido
rojo, con un tono natural y extrañamente tranquilo.
– Yo… te me hiciste familiar, es eso, disculpa si te molesto…
creo… creo que te estoy confundiendo, mejor me iré. – contesta Walter, dudoso.
– Pues debes estar terriblemente seguro de que yo soy quien tú
crees. Cruzaste la avenida sin quitarme los ojos de encima y ni siquiera has
mirado los coches que casi te atropellan. Y ahora estás aquí, parado justo
detrás de una hipotética mujer que has perdido en un trágico accidente hace un
par de años, ¿no es así?
- ¿Cómo sabes que…?
- Eso no importa.
– Pero...
La mujer al fin se da la vuelta de cara a su inquisidor.
–Walter, he estado buscándote por mucho tiempo, pero has sido tú
quien me encontró a mí primero, se supone que no debía ser así… - le dice,
abriendo de par en par sus inconfundibles ojos azules.
Es ella, no hay duda.
- ¡Susana! ¿Cómo es posible? – pregunta Walter, perplejo.
Ella se inclina hacia él. Walter siente los labios fríos de Susana
en su mejilla izquierda. Ella sonríe y le hace un guiño.
–El “otro lado” no es como lo imaginas, Walter.
Comienza a llover y la mente de Walter está totalmente
desconcertada ante lo que acaba de ocurrir, tanto que incluso da unos pasos
hacia atrás, pierde el equilibrio, se tropieza por culpa del desnivel de la
banqueta y cae de espaldas, su cabeza choca violentamente contra el asfalto de
la avenida. Se lleva una mano a los cabellos mojados y al volver su mano para
mirarla nota que hay sangre, solo le da tiempo de voltear y ver un par de luces
que se acercan a toda velocidad hacia él. Por su cabeza pasa aquella mujer del
vestido rojo, sus ojos, su sonrisa… y las llantas del autobús con el número 142.